-FAMILIA Y ESCUELA-
LAS FAMILIAS ANTE LA EDUCACIÓN DE
SUS HIJOS Y SU RELACIÓN CON LA ESCUELA
ACTIVIDAD 2.1.
La sociedad a lo
largo de los años ha experimentado muchos cambios que han desembocado
a distintos tipos de familias, como pueden ser monoparentales, de homosexuales,
etc. Echando
la vista atrás desde una perspectiva histórica, la idea de familia que ha
existido en la sociedad ha sido el modelo biparental, cuya estructura se
caracteriza por ser nuclear y de carácter heterosexual: con un “padre de familia” varón que cumple
un rol autoritario y proveedor, una madre cuidadora y servil, y los hijos. Se
trata de un modelo de familia en el que sus miembros cumplen roles fijos y
socialmente establecidos.
Como
hemos podido notar, hoy en día estamos sumergiéndonos en una época
verdaderamente distinta, donde las transformaciones sociales, políticas y
económicas han impactado la estructura social a un nivel tal que la cultura,
las formas de interacción, el empleo, el individualismo, el papel de la mujer,
etc., han generado cambios que deterioran el modelo biparental, dando lugar a
modelos familiares totalmente diferentes
a los que teníamos anteriormente.
Según data Feito en su artículo más del 90% de
las familias son convencionales y las familias de los inmigrantes de los
últimos años pueden suponer una problemática particular. Cuando los niños
llegan a España se encuentran con que la familia que conocieron en su país de
origen no existe o bien porque los padres se han divorciado o porque en nuestro
país está tan solo la madre. También puede encontrar con que su madre tiene
otro compañero y un nuevo hijo con este. Todo esto puede tener una consecuencia
en los niños que es la ruptura de lazos afectivos entre estos, además de un
brusco cambio en su vida cotidiana. En otras ocasiones los niños pueden verse
afectados por una sociedad consumista en la que son bombardeados por la televisión,
que desbocará a un bloqueo psicológico y afectivo. Además de estos cambios,
también cabe a destacar que en los últimos años cada vez hay más matrimonios
que acaban en divorcios o formación de nuevas parejas. Actualmente y cada vez
más empiezan a aparecer familias homosexuales, aunque de momento son
escasísimas.
Tras analizar esto,
cabe a destacar el gran cambio que se da
desde el inicio de la democracia, cuando la mujer se incorporó de manera activa
en el mundo laboral, provocando la renegociación de las relaciones de poder dentro
de las familias.
Todos estos cambios
en la organización familiar y otros de carácter cultural, parecen indicar que las familias actuales se implican menos en
la educación de sus hijos. La disminución del tiempo que los padres pasan
con sus hijos no constituye un indicio sólido para concluir que la familia está
perdiendo su papel como agente educativo y que los niños no siguen ocupando un
lugar central en la vida familiar. (Pérez-Díaz, Rodríguez y
Sánchez, 2001)
Feito trata en su
artículo que no sólo basta con la autoridad posicional –«yo soy el adulto y me
obedeces»– sino que será preciso
recurrir a la argumentación, a la persuasión. Desde mi punto de vista
pienso que los padres deberían tener un término
medio a la hora de educar a sus hijos ya que una autoridad que se pase de
lo normal puede llevar a consecuencias como delincuencia en un futuro. Al igual
que si los padres son demasiado pasivos con sus hijos, estos tomarán la
justicia por su mano y harán lo que les apetezca sin tener en cuenta las
consecuencia que puede acarrear.
Según data Feito,
hace unos años la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) publicó un
incisivo estudio que permitirá saber algo acerca de la función educadora en un
entorno familiar. En él se distinguen estos cuatro modelos familiares:
- Familia familista/endogámica.
A este
modelo podría adscribirse el 23,7% de las familias españolas. Se caracteriza
por tratarse de un núcleo familiar muy unido y en el que priman las buenas relaciones
entre sus miembros. Centrada en sí misma y autosuficiente, no parece sentir
necesidad de abrirse al exterior.
-
Familia
conflictiva.
Agrupa al 15,05% de las familias. (…) En
ella priman las normas fijas e inflexibles con las que se choca de continuo.
[Hay] escasa comunicación.
-
Familia
nominal.
Puede
definir al 42,9% de las familias españolas. (…)… impera una coexistencia
pacífica entre padres e hijos más que la convivencia participativa. (…) La
ausencia de conflictos en este modelo de familia no significa que no los haya,
solo que ha optado por no enfrentarse a ellos.
-
Familia
adaptativa.
Agruparía
al 18,4% de
las familias. Los autores del estudio no dudan en calificarla de «nueva
familia» por la «buena comunicación» que se advierte entre padres e hijos y por
su capacidad para transmitir opiniones y creencias. Además, se muestra abierta
al exterior, sin por ello dejar de ponderar la dimensión familiar.
La realidad escolar también ha sufrido
cambios. La escuela para todos, obligatoria, no discriminatoria,
pública y gratuita ha sido un invento del siglo XX. Desde entonces, la
educación formal ha ido adquiriendo mayor protagonismo en el proceso de
formación, maduración y capacitación de las personas, hasta el punto de ser
objeto de debate político y encontrarse en el epicentro de la mayoría de los
problemas sociales. Este fenómeno de estar siempre en el punto de mira produce
cierta inestabilidad e inseguridad en el profesorado, quien además ve cómo su
labor profesional esta sometiéndose, cada vez más frecuentemente, a continuas
reformas (Doménech,
2004).
La mayoría de los profesores actuales, que
nacieron todavía en situaciones de sobriedad, cuando no de real pobreza,
presentan una escala de valores distinta de los alumnos de hoy.
Es indiscutible que los
cambios políticos en educación prescriben ciertas formas de actuar asociados a
una determinada concepción del hombre, pero tratar de culpabilizar a la escuela
de todos los males es cuanto menos exagerado, inadecuado y exime a otros de su
responsabilidad.
Las carencias
padecidas y los esfuerzos realizados les hicieron valorar cada una de las
posibilidades y medios ofrecidos. Las nuevas generaciones nacen y crecen en
situaciones de abundancia material, todo les es dado, apenas valoran las cosas,
porque de casi nada han carecido. Esto les encamina a rechazar todo lo que
significa esfuerzo personal, responsabilidad y servicio a los demás,
preocupándose más por cultivar el “tener” que el “ser”. Concluyentemente,
parece que el docente y el discente utilizan lenguajes de valores distintos que
dificulta el entendimiento educativo. (López Lorca, 2005)
La complejidad de
la nueva situación histórica, la conflictividad escolar existente y la
inhibición de las instancias previas, desde la familia al Estado, han
convertido la profesión de los educadores en una de las más afectadas por
crisis psicológicas, frustraciones y desalientos. Es, junto con la de médico,
policía y guardia civil, una de las profesiones que da en España mayor índice
de bajas por enfermedad, depresión y fatiga moral. (González, 2004)
Este cambio cualitativo de la educación,
demanda la necesidad de formación del profesorado no sólo en las cuestiones
didácticas, sino también en las relaciones éticas que éstos deben mantener con los niños y con
padres; así como el desarrollo de las habilidades y capacidades necesarias para
favorecer la tan deseada cooperación de la familia.
A día de hoy, las escuelas destinan mucho tiempo y
esfuerzo a cuestiones administrativas, a la cumplimentación de documentos,
protocolos e informes, que más que favorecer el control externo de lo
acontecido, queman al profesorado “síndrome
de Burnout” y perjudican la intervención con el niño. Por otro lado tenemos
las características propias de la sociedad, que hacen que la tarea de educar a
los alumnos presente cada vez mayores dificultades: diversidad étnica,
escolarizaciones a mitad de curso, heterogeneidad en los niveles cognitivos,
sobrecarga por parte del docente, despreocupación de los padres.
En definitiva, el
centro escolar es un espacio más en el que se manifiestan los síntomas de una
sociedad compleja y contradictoria. Los
centros escolares son centros de vida, no centros de información. (Ortega, 2001)
El hecho de ser profesor implica una labor técnica
(docente) y una vocación personal (educador). No se puede expirar ninguna de
las dos tentaciones derivadas de esta
duplicidad: por un
lado la ciencia pura y la tecnificación sin alma, que no se preocupan de la
justicia, el compañerismo, la solidaridad; y por otro, el alma sin riguroso
saber científico, histórico y filosófico. Además, formar y educar, orientar y
enseñar reclaman una preparación continua y profunda. De ahí que la tarea
educativa sea a la vez sencilla y compleja; idéntica y nueva; hecha de
conocimientos objetivos y de
atención personal al sujeto que los
recibe;… En educación, a la vez
que se enseña se tiene que transmitir valores y comunicar
ideales que no tienen evidencia directa con sólo ser enunciados, sino que la adquieren en
la medida en que se la confiere quien los propone.
A la hora de preguntarnos
cuál es la verdadera labor de los
docentes consideramos que muchos de ellos se dedican a hacer aquello para
lo que han sido preparados: instruir a los alumnos transmitiéndoles una serie
de conocimientos, y en el mejor de los casos, unas pautas de comportamiento que
responde más a épocas pasadas y a la madurez adulta que a las características
personales y contextuales de los alumnos. En ocasiones, el desfase generacional
les impide ponerse en el lugar del alumno para comprender las dificultades por
la que atraviesa y cuáles son sus verdaderos intereses educativos.
Respecto a este tema
encontramos diversos problemas como puede ser que el profesor sienta que no
está realizando su trabajo correctamente o que se sienta “desnudo” ante sus
alumnos. Este se encuentra incapacitado para hacer frente a la nueva realidad escolar,
para educar en valores, para promover la participación de los alumnos es su
proceso de enseñanza-aprendizaje, o dificultad para asumir su rol de
orientador-guía de un aula.
Pero según se ha ido
observando con los años y la experiencia, los problemas de la educación no solo
vienen de la escuela, sino también, de la conciencia individual, de la familia,
de la sociedad y de la cultura. No se pueden resolver directamente los
problemas de la escuela sin abordar los de la sociedad que se refleja en ella. No se puede crear una escuela justa en una
sociedad injusta una escuela moral en una sociedad que acepta o incluso
premia la inmoralidad, una escuela solidaria en una sociedad determinada por la
relación violenta entre grupos.
Las familias han sobrevalorado las posibilidades
educativas de las
escuelas,
creyendo que los profesores serían mejores educadores que los propios
padres en lo referente al complejo mundo de la formación en
valores y construcción de
la identidad personal. Sin embargo, por
muy bien que los profesores desempeñen su labor como educadores, no
podrán sustituir, de ningún modo, el papel socializador de la familia.
La escuela, en sí misma, es insuficiente para cubrir eficazmente la labor de
educar en valores, ya que presenta limitaciones aparentemente insalvables
(abundancia de alumnos, sobrecarga de experiencias cognitivas, déficit de
experiencias emotivas, jerarquización y burocratización de las relaciones,
etc.).
Desde los comienzos,
la escuela se ha constituido en una institución modernizadora en oposición a
una familia que inculca los valores tradicionalistas. Gradualmente se ha ido extendiendo la edad de escolaridad obligatoria
hasta llegar a la educación secundaria de nivel inferior.
Según expone Feito en su artículo hay ciertos sectores del profesorado que asocian esta extensión a una caída del nivel, de la cual es cómplice
del hedonismo que promueven entre sus hijos las familias. Sin embargo, también
hay que apuntar que la familia ha experimentado cambios sustantivos, como el
incremento de los niveles educativos y la preocupación por la educación de sus
hijos, las mujeres se han incorporado al mundo laboral, el autoritarismo tiene
cada vez menos cabida en las familias.
Actualmente toda la
población de entre 6 y 16 años ha de permanecer obligatoriamente en la escuela.
En la práctica lo realizará toda la población desde los 3 y casi toda entre los
16 y 18. Buena parte del abandono de la escuela por parte de los alumnos se
concentra en los varones, especialmente entre quienes residen en zonas en las
que es fácil el acceso a empleos de bajo nivel, pero con relativa alta
retribución.
Las familias demandan mucho a la
escuela, pero prioritariamente, lo que estos persiguen es un sistema de calidad,
el cual cuente con la financiación
necesaria para poder cubrir todas las necesidades materiales y profesionales
que necesitan los niños. Exigen además un sistema educativo competente a nivel
europeo, en lo que respecta a la preparación y capacitación técnica de los
alumnos, disminuyendo así los porcentajes del fracaso escolar, puesto que este
punto es uno de los que más los horroriza, de ahí su deseo de que sus hijos
trabajen bien en las escuelas y obtengan buenas calificaciones. Pero según
datan Hernández y López, los resultados del informe PISA 2003 señalan que a
pesar de haber mejorado en comprensión lectora, matemáticas y en ciencias, los
alumnos españoles se encuentran por debajo de la media del conjunto de países
europeos.
Las familias quieren
que las escuelas preparen a sus hijos para el desenvolvimiento profesional
adecuado y ofrezcan garantías de poder entrar en el mercado laboral
desempeñando un puesto de trabajo “acomodado”. Los padres también buscan que
los profesores formen un equipo, convirtiendo al centro en un conjunto y no en
una suma de acciones de aula, ofreciendo también un seguimiento más
individualizado de los alumnos y una auténtica labor de orientación educativa,
cubriendo así las necesidades de todos y cada uno de los alumnos.
Los padres quieren
que se revisen también los contenidos curriculares y que estos se orienten
hacia la formación de ciudadanos cultos y críticos.
Por otra parte, son
muchas las familias que demandan al profesorado mayor formación técnico
profesional para poder cubrir los objetivos educativos previstos. Parece
disminuir la confianza que las familias depositan en el profesorado, sometiendo
su labor a una continua crítica “destructiva”.
Las
familias suspiran por un sistema escolar flexible en su estructura y
organización que se amolde a los cambios sociales y familiares
experimentados. Por último, los padres y
madres esperan que “la nueva reforma consolide la democracia en los centros
educativos, lo que no solamente consiste en recuperar las competencias de los
consejos escolares, sino también en convertirlos en órganos operativos y
eficaces”
Se ha puesto de manifiesto que a través de la relación padres-escuela, los hijos no
solamente elevan su nivel de rendimiento escolar, sino que, además, desarrollan
actitudes y comportamientos positivos. De este modo, los hijos perciben la
continuidad existente entre los objetivos educativos que les proponen los
padres y los que les propone el centro escolar. Además, los padres desarrollan
actitudes positivas hacia el centro y hacia el profesorado e incrementan su
disposición a participar en el mismo a través de los cauces previstos. Los
profesores, por su parte, también modifican sus conductas en el sentido de que
adquieren una mayor motivación por sus actividades y mantienen una mayor
relación tutorial con los alumnos, que repercute en el rendimiento de éstos. (Siles, 2003)
De acuerdo a
lo que apuntaba Siles, pienso que si la relación entre padres y escuela es cada
vez más correcta, también ayudara a que la educación de sus hijos lo sea. Por
lo tanto, los padres deberían de tener una actitud positiva hacia el centro y
el profesorado.
La
participación individual de los
padres en la escuela puede resumirse en dos actividades: tutorías de padres y participación en actividades puntuales. En
primer lugar, la atención tutorial entendida como la comunicación libre y sincera entre padres
y profesores puede tener efectos positivos sobre la formación integral de los alumnos. El
tutor es el encargado de atender las relaciones académicas de curso con el equipo
docente y con los
padres
a los que, generalmente, se limita a informar de los
resultados académicos
de sus hijos y de su comportamiento en el centro. El rendimiento escolar es
algo esencial en la educación de los hijos, pero no es ni lo único ni lo más
importante.
En
segundo lugar, el apoyo que pueden prestar los padres a las actividades de la
escuela, ya sea en forma de ayuda a los hijos para hacer los deberes, en su
participación en las actividades organizadas por el centro, etc. La
participación individual no parece funcionar de manera eficaz. En general, los
padres no la consideran necesaria o no disponen de tiempo para acudir al
centro.
Por lo que se refiere a la participación colectiva
de padres y escuela, se encuentran,
entre otros: los Consejos escolares, las Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos (AMPAS),
las Reuniones de Padres y las Escuelas de
Padres.
A la hora de conocer los fines educativos, entramos en un debate en el que nos encontramos
diferentes tópicos y obstáculos que dificultarán el acuerdo. Entre ellos cabe
destacar el hecho de reducir el debate sobre el currículo a la cantidad de
horas destinadas para cada asignatura; o las cuestiones educativas dependan
meramente de intereses políticos o mediáticos utilizando los datos derivados de
investigaciones afines a ciertos intereses para intentar contentar formalmente
a la población.
Según anota
Feito en su artículo, hay, como mínimo, dos maneras de entender la participación de las familias en la escuela.
Una sería la individual, según la
cual los padres acuden a la escuela para básicamente escuchar al profesor,
hablarle sobre su hijo y, ocasionalmente, hacer alguna propuesta.
Una segunda manera de participar, que presupone la primera, es decidir
sobre los asuntos generales del centro escolar desde la elaboración democrática
de las normas de convivencia a la aprobación de la programación general anual.
Los grupos conservadores y la
inmensa mayoría del profesorado tienden a concentrarse en el primer tipo de
participación al precio incluso de minimizar, cuando no excluir, la segunda.
Los grupos progresistas y una parte del sector más innovador del profesorado se
inclinan por ambos tipos de participación.
La participación del sector
padres/madres alcanza cotas ridículas y en algo así como la mitad de los
centros públicos el director ha de ser nombrado por la administración educativa
debido a la ausencia de candidatos internos.
Los consejos escolares no
pueden funcionar adecuadamente si no hay una ciudadanía participativa en el
ámbito educativo. Y, por otro lado, no puede haber consejos escolares
participativos si al mismo tiempo la vida del centro, sus aulas, no son también
democráticos.
Participar implica significarse, lo cual
dependiendo de la opción de los padres con respecto al equipo directivo y/o al
profesorado le podría reportar –o, mejor dicho, puede reportar a sus hijos–
amplios beneficios o muy serios perjuicios. El profesorado siempre puede
amenazar a los padres que consideren especialmente molestos sin necesidad de
decir ni una sola palabra. Aquí el padre ocuparía una posición similar a la del
sindicalista en una empresa frente a la dirección, con el agravante, en el caso
de la escuela, de que las represalias siempre pueden quedar ocultas bajo el
discurso profesional del equipo docente. A pesar de las intenciones del
legislador, los padres conciben a los profesores como un colectivo unido, sin
apenas fisuras, lo que aumentaría la efectividad de esas represalias.
Hay padres que consideran que
la labor educativa es competencia exclusiva de los profesores y equiparan la
participación con la intromisión en el área profesional de los enseñantes.
Desde mi perspectiva, pienso
que los padres deberían de introducirse más en la vida escolar de sus hijos,
así como he citado anteriormente por lo que databa Feito en su artículo, que no
sólo sirve con llevarlos a la escuela y dar un “poco la cara” por ellos, sino
que deben introducirse de otro modo dentro de la escuela, para así conocer y
poner solución a problemas que pueden presentarse e interrumpir la educación de
sus hijos, evitando así el fracaso escolar.
El paso
del tiempo y la propia experiencia desvelan que las garantías de éxito de
intervención escolar en educación en valores y en otros aspectos educativos más
propiamente escolares como por ejemplo el fracaso escolar, se ven
limitadas si no cuentan con la colaboración de los padres.
La jornada laboral de los padres es, la
mayoría de las veces, incompatible con la jornada escolar, lo que
imposibilita la participación de los padres en las actividades escolares de los
hijos y se traduce por éstos y sus profesores, en un desinterés hacia su
educación. Hoy
por hoy, se puede observar como a causa de los trabajos, los horarios de la
escuela de los hijos con los del trabajo de los padres no suelen ser siempre
los más adecuados y esto hace que los miembros de la familia se vean muy poco
tiempo durante el día. Por lo que se le culpa al hecho de la incorporación de
la mujer al mercado de trabajo, la causa
de esta incompatibilidad entre los
horarios familiares y escolares, aunque queda demostrado que esto no es
así esta
incorporación no es negativa para el rendimiento de los hijos. Además de que se
han realizado estudios en los que los resultados de los hijos cuya madre
trabaja son mejores con respecto a las que no lo hacen. Habitualmente es un
desagradable debate en el que sale a relucir el excesivo y disperso número de
días en que los centros escolares permanecen cerrados, la generalizada
inexistencia de comedores escolares en la secundaria de los centros públicos,
la extensión del horario de permanencia de los más pequeños, la jornada escolar
matinal o partida para los centros de educación infantil y primaria, etcétera
En ese mismo estudio se aporta
el dato de que casi el 90% de los padres trabaja fuera de casa, mientras que
ese mismo porcentaje de madres se distribuye, prácticamente en partes iguales,
entre las que trabajan como amas de casa y las que lo hacen fuera de casa. Hay,
por tanto, casi el doble de padres que de madres que trabajan fuera de casa.
Bajo mi punto de vista, pienso
que los padres y las escuelas deberían de ponerse de acuerdo de algún modo y si
esto es imposible, hacer lo que esté en su mano para poder pasar más tiempo con
los hijos aunque los horarios laborales y escolares lo impidan. Esto hará que
la relación entre ellos fluya y no supondrá un problema para disfrutar del
tiempo que deberían de tener los padres con los hijos.
CONCLUSIÓN
Tras leer estos artículos de Feito, Hernández Prados y López Ortega, me ha hecho reflexionar acerca
de cómo está la sociedad actualmente, de cómo ha cambiado y sobretodo de la
relación que han tenido y tienen los padres con la escuela de sus hijos.
Es verdad que a la
hora de comparar la sociedad actual con la sociedad de hace años ha
experimentado un gran cambio, que pueden influir a la hora de formar familias,
ya que podemos encontrar diversidad de casos que pueden desembocar en familias
totalmente diferentes, además de que actualmente se dan parejas como
monoparentales, homosexuales, de madre soltera, etc.. Acostumbrados a ver una
familia con las figuras de un padre y una madre.
Según
apuntan estos autores en sus artículos,
afirman que actualmente los padres se despreocupan más por la educación de sus
hijos, ya que estos piensan que esta labor la tienen que llevar los docentes en
las escuelas y esto es totalmente erróneo, ya que la educación tiene que ser
dual a la hora de mirar el punto de
vista “familia-escuela”. A mi forma de ver, pienso que es cierto que
los padres quizás exijan demasiado a las escuelas cuando ellos realmente
tampoco “mueven” mucho para que sus hijos vayan mejor en el colegio. Pienso que
se debería de concienciar a los padres de los alumnos que aunque está claro que
la escuela tiene que ser la responsable de la educación de sus hijos, también
son los padres los que deben de trabajar para que los niños evolucionen
académicamente.
Con
respecto a la labor del docente que se apunta en el artículo, pienso que los profesores
deberían de estar totalmente capacitados para salir de problemas que se les
vayan presentando día a día en la escuela. Que no vale con echarse para atrás y
evitar de algún modo el problema, sino que este debería de hacerle frente.
Además el docente tendría que ser el encargado de transmitir a sus alumnos
pautas de comportamiento, educar a los niños para que sepan desenvolverse en un
futuro, es decir, hay que prepararlos. Para que esto sea posible, como bien
apunta Feito en su artículo, quizás lo que haga falta es que el propio docente
se ponga en el lugar del alumno y trate de entenderlo llegando a una solución
del problema comunicando ideales y transmitiendo valores.
Según hemos debatido en clase de Sociedad en los últimos días,
nuestra sociedad ha evolucionado muchísimo, dando familias totalmente
diferentes a cómo eran en la antigüedad. La escuela aunque también ha
evolucionado, no lo ha hecho del mismo modo, puesto que esta continúa en
proceso. Por eso todos tenemos que poner de nuestra parte para que se consiga
el cambio, desde los alumnos y padres hasta los docentes, puesto que para que
la sociedad evolucione correctamente junto a la escuela necesitamos apoyo y
ayuda de todos. Entre todos tenemos que conseguir una escuela que se ajuste a
las necesidades del alumno y que los padres de estos pongan de su parte para
esta evolucione.
BIBLIOGRAFÍA
ü
Feito, R. (2010). Familias y
escuela: Las razones de un desencuentro. Educación
y fututo: revista de investigación aplicada y experiencias educativas, 22, 87-107.
ü
Hernández Prados, M.A. y López
Lorca, H. (2006). Análisis del enfoque actual de la cooperación padres y
escuela. Aula abierta, 87, 3-26.